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La Neta Pechugona Bulimia

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Bulimia 2.0 

Por: La Neta Pechugona

 

Vomita, quítate el sudor de la frente, respira, no comas, sonríe, sonríe un chingo. 

 Atáscate de comida, arrepiéntete, vomita de nuevo y continúa con la vida. 



Párate derecha, respira, sigue. 

Sigue y que nadie se dé cuenta de lo que pasa. Es más, ni tú misma puedes darte cuenta. 

Así comenzó. 

Me cuesta mucho poder contarles esta historia, no quiero que me vean como una víctima, nunca lo he sido ni jamás lo seré. 



Esto no es un «pobrecita». 

Soy alguien que cayó en algo que no comprendía y que guardó mucho tiempo, porque si algo odiaba y actualmente odio es el cómo la gente puede llegar a juzgarte por algo que no conoce. 

La bulimia llegó a mi vida como algo simple y un sencillo control. 

Ese control que quería con todas mis fuerzas en mi pubertad y que gracias a «Mía» pude encontrarlo. 

«Mía» es el nombre tierno que le ponemos a la bulimia para que no suene tan escandaloso. 

No podía controlar mis cambios de humor, ni los cambios en mi cuerpo, tampoco mi sentimientos, pero si algo podía controlar era lo que entraba a mi cuerpo y lo que salía. Y lo más importante: cuando salía. 

Lo más importante es identificar cuando  «Mía» empezó a meterse en mi mente. A tentarme. 

En decirme «aquí todo está mejor»

Tengo el momento tan claro que si pudiera borrarlo no querría, porque estoy segura que es parte de mi historia y me hizo ser quien soy. 

Mi familia, en su afán de que no subiera de peso, controlaba mis porciones y no me dejaba comer tantas golosinas. A mí esto me hacía sentir mal, muy mal. 

Frases como: ¿te vas a comer todo eso?, eso engorda muchísimo, ¿por qué no te comes sólo la mitad? 

Sé que lo hacían con buenas intenciones, pero yo sólo quería liberarme. 

Así que en las noches, cuando todos dormían, bajaba a la alacena a atascarme de galletas y todo lo que me prohibían, me sentía en control por unos momentos y después me sentía tan mal que pasaba horas llorando y reclamándome a mi misma, la culpa de parecer «Betty la fea» con sobrepeso solamente era mía. 

Así que una noche después que atascarme, decidí provocarme el vómito. 

Era lo mejor de los dos mundos… o eso pensaba. 

Amaba ese control, ese poder que me daba el comer y después deshacerme de las calorías. Era como tirar todo, las críticas, las humillaciones que sufría en la escuela, mi eterna inconformidad con mi cuerpo, todo se iba ahí. 

Pero cinco minutos después regresaba e iba acompañado de una tristeza y un sentimiento de vacío incontrolable, era aún peor que el comienzo. 

Seguí así por un año y daba por sentado que nadie se daba cuenta, hasta que un buen día sucedió lo inevitable. 

Me desmayé en unas escaleras y la caída fue tan fea, que mis amigas quienes guardaron silencio mucho tiempo, decidieron buscar ayuda porque yo no lo iba a hacer. 

Evidentemente me justifique diciendo que sólo me había sentido mareada y que eso era todo. 

La psicóloga escolar me citó y me enojé tanto que toda la primera cita le dije que estaba loca, que no entendía de dónde había sacado eso.

La amenacé con decirle a mis papás que la escuela me estaba levantando falsos. 

Y ella, pacientemente, continuó y me pidió que le dijera qué es lo que sentía, nada más. 

Me costó mucho reconocer lo que le conté, que quería el control sobre mi vida. 

Sobre su escritorio, había una pequeña pintura que decía «cuando mi cuerpo y mi alma se abrazaron renací»

Lo tengo tan fresco en mi memoria. 

Esa frase, junto con Gaby, la psicóloga, me hizo hablar. Y así, poco a poco comencé a liberarme de muchas cosas que tenía encima.

A re-valorarme y comenzar un camino un poco turbio, aceptar que tenía un problema. 

Pero «Mía» tardó en irse por completo siete años de mi vida. 

Luego que me hice consciente de que tenía este problema, traté de mejorar en muchos aspectos, pero siempre que entraba en crisis, volvía. 

Temblaba de terror cada vez que estaba de regreso, ella me acariciaba el pelo y me decía que estaba ahí para ayudarme. 

Lo cierto es que no era así, «Mía» evolucionaba con mi edad, era más precavida en dejarse notar. 

A veces dejaba de comer siete horas para luego atascarme dos órdenes de chilaquiles y luego de cuernitos, 

después lloraba de arrepentimiento. 

En ese entonces era porrista y entrenaba mínimo cuatro horas al día, mi cuerpo ya no podía más. 

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Y así fue… como toqué fondo. 

En un entrenamiento previo a un torneo internacional de porras, entrené tan fuerte sin comer por un día entero, que al terminar de bailar la rutina, me desmayé y me caí al piso. 

Afortunadamente no me pasó nada, (lejos de una seria descalcificación y anemia) pero esa alarma roja, hizo que mis entrenadoras llamaran a mi mamá y le contaran lo que pasaba.

Mi mamá sabía lo que sucedía, siempre le he tenido la suficiente confianza y ella siempre me ayudó a combatirlo, pero esta lucha nunca fue suya, sino enteramente mía y ese día supe que algo no estaba bien. 

Regresé a terapia y comencé a seguir una dieta más estructurada y, lo más importante, dejé de compararme. 

Este afán de control y de ser igual de delgada que los demás, era algo que tenía que quitar de mi mente. 

Tenía que aceptar que Fabiola nunca sería una típica adolescente y así comencé el camino al amarme a mi misma. 

No somos víctimas, sino sobrevivientes

Un camino que me ha costado muchísimo recorrer, es largo, empinado y sumamente satisfactorio.  

Repito, les cuento esta historia porque quiero que sepan que todos pasamos por algo en la vida y que no somos víctimas, sino sobrevivientes.  

Que está bien ser humanos, pero debemos de reconocer cuando algo no está bien. 

La bulimia, en mi caso, me hizo más fuerte. Gracias a ella soy la Fabiola que ahora ven, pero no todos tenemos la fortuna de superarla. Es traicionera y a veces escurridiza. 

Si tú sufres de alguna enfermedad de trastorno alimenticio, no estás sola, empieza por hablar. 

Si tienes a alguien que sufre de ello, no la juzgues, apóyala. 

Y lo más importante, no eres ninguna víctima, eres consecuencia de las circunstancias que te rodean. 

Tú puedes cambiar porque ese control que queremos desesperadamente existe y es al aceptar lo que puedes cambiar y lo que no. 

Aquí estoy, no te alejes. 

Esta es mi historia, sufrí bulimia y sobreviví. 

 

#lanetapechugona 

 

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